Mientras dure la guerra ha sido acaso el último gran éxito del cine de la memoria. Que Alejandro Amenábar se interesara por un debate como la memoria histórica, que en las últimas décadas se ha reproducido en España desde ámbitos distintos, desde el político, al jurídico, cívico o cultural, albergaba sin duda un gran potencial para llegar a un público masivo. Y a la vez, numerosos peligros que iban más allá del lenguaje cinematográfico.
Alejandro Amenábar escogió una figura extraordinariamente compleja, controvertida, incómoda: Miguel de Unamuno. Diputado constituyente de la Segunda República, acabará renegando de Manuel Azaña y del sistema republicano. Financiador y sostén intelectual del golpe de Estado de Francisco Franco, será utilizado, manipulado y vigilado por los militares sublevados, hasta su muerte el 31 de diciembre de 1936. Presa de numerosos conflictos internos y de dolorosas contradicciones, acabó abriendo los ojos ante el horror fascista y elevando su palabra contra ellos el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca: “venceréis, pero no convenceréis”. Demasiado tarde. Sus vaivenes ideológicos con la República y con el golpe de Estado lo convirtieron en enemigo de todos. Acaso por miopía histórica. Acaso por soberbia. Acaso por ingenuidad.
En Mientras dure la guerra asistimos al abismo de Miguel de Unamuno, pero también observamos los inicios de la Guerra Civil en Salamanca, donde se instalará el Cuartel General de los militares golpistas, las intrigas de poder entre ellos, el arribismo de Franco, el fanatismo de Millán-Astray, la crueldad de sus decisiones para prolongar la guerra o el germen del imaginario nacionalcatólico sobre el que se erigirá la dictadura. Un retrato sin piedad de las miserias del golpismo.
Por José Martínez Rubio, autor de la obra Mientras dure la guerra. Miguel de Unamuno y la memoria histórica como Derecho Humano, de la colección Cine y Derecho.