La adaptación que Stephen Daldry hizo de la novela del mismo título de Michael Cunningham es un maravilloso relato mediante el que, a través de las vidas de tres mujeres que viven en épocas distintas, podemos hacer un recorrido por algunos de los cambios que ha experimentado el estatus de “mujer” en las sociedades democráticas del siglo XX. A través de un día en las vidas de Virginia, Laura y Clarissa, y partiendo del referente ya mítico de Virginia Woolf y su Mrs. Dalloway, asistimos a la lucha encarnada en ellas por tener una habitación propia, por dejar de ser heterodesignadas, por ser para ellas mismas y no para otros. En fin, por alcanzar el estatus pleno de ciudadanía. De esta manera, lo que en principio fue solo una narración literaria, y luego cinematográfica, es un magnífico marco para tirar el hilo de la memoria democrática y entender mejor la lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres como derechos humanos. Una lucha incompleta que en el siglo XXI se enfrenta a nuevos obstáculos y que requiere, junto a la fuerza incontestable del feminismo, el impulso de una genealogía con nombre de mujer. Porque lo que no se nombra no se existe. Porque lo personal es político. Como lo son las vidas de Virginia, Laura y Clarissa, las tres protagonistas de una película que, atravesada por la vibrante música de Michael Nyman, se convirtió desde la primera vez que la vi en una de las películas de mi vida. Incluso mi blog personal tiene ese título que, a su vez, fue el primero que la Woolf pensó para Mrs. Dalloway. Esta es la magia del cine que hace que un relato, que en este caso tiene el rostro de tres espléndidas actrices – Nicole Kidman, Julianne Moore y Meryl Streep- , al que se suma un no menos maravilloso Ed Harris, penetre en nuestras vidas y se instale para siempre en ese rincón indefinido que habita entre el corazón y la memoria.
Por Octavio Salazar Benítez, autor de Las Horas. El tiempo de las mujeres, en la colección Cine y Derecho.