Spike Jonze, en Her, plantea muchísimos temas sobre la relación entre personas y máquinas, los límites físicos del cuerpo humano o qué particulariza eso que llamamos, a falta de una mejor actitud ante término tan capcioso, amor. Jonze resuelve pocos temas y en ocasiones lo hace tramposamente, pero los personajes de esta película llevan cosidas las polémicas contemporáneas sobre el mundo y el individuo, de un modo tan bien cortado como su ropa cool y sus muebles suaves y de colores cálidos.
Personalmente, Her fue una recomendación. Samantha OS1, el dispositivo electrónico que capta la atención de Theodore, personaje principal, tiene el mismo nombre que mi pareja (en ese momento vivíamos en continentes distintos) y eso les pareció a unos amigos suficiente como para que debiera verme reflejado en otro tipo de relación transoceánica (en ese caso, el océano era alegórico). Fue un primer visionado agradable, más que reflexivo, y caí en el lugar común de catalogar la película como de amor sin límites. Esa previsibilidad, al verla de nuevo (sentía que había algo pendiente), se me descosió y, visionado tras visionado, empecé a notar que, independientemente de lo que se propuso Jonze, la película conectaba con grandes interrogantes, con mucha historia detrás, en escenarios presentes que nos demandan aproximaciones no convencionales y sugiriendo futuros por enmarcar. Por ejemplo, ¿cómo se aplicar el Derecho a seres materiales no corpóreos? Echar un vistazo a textos antiguos permite ver las raíces de los siglos por delante. Comencé a recopilar información y todo estaba listo para enfrentarme a la interpretación, extendidísima y ramplona, de que Her es una película donde un personaje se enamora de su teléfono móvil. Mi libro puede resumirse en la lucha contra esa salida fácil.
Por Jesús Pérez Caballero, autor de Her. Personas, Máquinas Y Derecho en la colección Cine y Derecho