Hay buenas razones para ver La Caza: por ejemplo, porque la película acierta en su manera de narrar sencilla y directa, eficaz y seca; o porque el actor protagonista, Mads Mikkelsen, ofrece una lección magistral. Los méritos artísticos de la película acreditan también al director, Thomas Vinterberg, más allá de su pasado como líder del movimiento Dogma.
Es una película sobre la fragilidad de las relaciones humanas, sobre la vulnerabilidad de cualquiera de nosotros ante la mentira y, por tanto, sobre la importancia de la verdad y, en concreto, de la presunción de inocencia. A partir de estas premisas yo he viajado hacia una interpretación libre, haciendo de la película una advertencia contra el peligro del populismo. El haber podido hacerlo me ha convencido aún más de la calidad del argumento.
Son buenas razones, creo, pero también podemos pensar en otros motivos para recomendarla: viéndola, posiblemente, nos conoceremos mejor a nosotros mismos, aunque en el proceso de hacerlo nos olvidemos de todo, poseídos por un relato absorbente que nos pondrá de los nervios hasta llegar a cabrearnos. Esta historia de un maestro de pueblo, buena persona y algo soso, acosado sin razón, nos provocará antes o después una interesante lista de preguntas: ¿qué haría yo en esa situación? ¿De verdad todos mis amigos, mis mejores amigos, me creerían capaz de eso? ¿Toda mi vida puede hundirse como un castillo de arena? Las respuestas no estarán claras, supongo. Pero más importantes que las certezas, me temo, son las dudas. Por si acaso.
Por Quico Tomás y Valiente, autor de La caza. El despertar de la serpiente, en la colección Cine y Derecho.