A sangre fría del director estadounidense Richard Brooks es la adaptación cinematográfica de la novela de “no ficción” del mismo nombre del escritor Truman Capote, quien abandonó Nueva York para viajar hasta un pequeño pueblo de Kansas, Holcomb, tras leer en el New York Times la espeluznante noticia del asesinato de la familia Clutter: el matrimonio y sus dos hijos.

Capote viajó hasta aquel lugar porque quería saber quién, y por qué, había disparado, a sangre fría, contra los cuatro miembros de una familia muy querida en su comunidad. Una familia que era el arquetipo del sueño americano en la década de los 50.

A sangre fría es una incursión en las verdaderas profundidades de los Estados Unidos. Brooks presenta los hechos sin enjuiciar moralmente a los autores de los crímenes y tratando de analizar las causas que dieron lugar al desbordamiento de la violencia, una violencia que nace del corazón mismo de la hipócrita y competitiva sociedad norteamericana que no tuvo más remedio que encarar con desesperación, angustia, miedo y, sobre todo, desconfianza un crimen que sugería que cualquiera podía morir asesinado en cualquier momento.

A sangre fría recoge el testigo de Psicosis de Alfred Hitchcock para ponerse de parte de los villanos, que no son más que un par de ilusos en busca del sueño americano.

La película plantea varias e interesantes cuestiones jurídicas como: ¿por qué mataron estos dos jóvenes delincuentes en libertad provisional?, ¿por qué los mataron luego a ellos?, ¿es posible la resocialización?, ¿tiene sentido la pena capital?, etc.

El film como la novela es una condena de la pena de muerte. Capote demostró su tesis de que seis personas murieron a sangre fría: los Clutter y sus asesinos. La sagacidad de Brooks se muestra en todo su apogeo en el plano final en el que el director nos muestra el cuerpo de uno de los asesinos colgando en la horca, realiza un lento fundido en negro y hace aparecer de nuevo en la pantalla el título de la película: A sangre fría, para recordarnos que este segundo crimen es también espantoso, igual de terrible y monstruoso que el primero.

La película es de 1967. Para quien todavía no la haya visto, permítanme un consejo: NO SE LA PIERDAN.

Por Rosario de Vicente, autora de A sangre fría, en la colección Cine y Derecho.